Síndrome de burn-out: ¿y ahora qué?
Cuando originalmente escribí este texto estaba en pleno burn-out. Quise hacerlo así porque me dio la impresión de que era la única manera en la que me podía salir un texto escrito desde la experiencia y no desde documentos que haya podido leer.
Lo comparto contigo por si ahora estás en una situación parecida: los burn-outs no hay que tomarlos a broma.
Como con todo en esta vida, el primer paso es asumirlo.
Ah… ¿que me estoy quemando?
Reconozco que tardé en darme cuenta de que me estaba quemando. Quizás es porque en julio y agosto encadené varias semanas de baja (hola, covid), pero la verdad es que cuando volví a trabajar, notaba que «algo no cuadraba». No tenía demasiado claro qué es lo que me hacía pensar eso, solo tenía la sensación de que algo no iba bien.
Creo recordar que empezó todo con falta de concentración y cierta irritabilidad. Mi productividad saltó por la ventana. Todo aquello que normalmente me gustaba hacer y me ponía de buen humor —escribir, diseñar, planificar próximos pasos— de repente me llenaba de frustración, resentimiento y odio. Y claro, aquí hubo que sumar semanas en las que no dormía nada bien, pulsaciones más aceleradas de lo normal, ansiedad y unas ganas increíbles de pasarme el mes entero enterrada debajo del nórdico.
Sumado a todo esto, lo que más desasosiego me generó fue que se expandió al resto de áreas de mi vida, no solo en el entorno laboral tradicional.
En resumen, un «burn-out» de manual. Este síndrome (en español, síndrome de desgaste profesional) no es algo nuevo: lo popularizó en 1974 un psicólogo alemán Herbert Freudenberger y desde entonces ha ido ganando peso hasta que en 2019 la OMS lo reconoció como enfermedad.
Y ahora, ¿cómo salgo del «burn-out»?
Huelga decir que lo primero que sentí fue impotencia y frustración.
- ¿Cómo me puede estar pasando esto a mí? ¿acaso no puedo con todo?
- ¿Por qué no sé solucionarlo? ¿por qué a mí y no al resto?
- Pero… ¡qué débil soy! ¡y culpable!
Más allá de que soy muy dura conmigo misma, fui repitiéndome estas preguntas hasta que caí en que ya había hecho lo más importante: reconocer que me había quemado.
Una vez asumí que era esto lo que me pasaba fui capaz de acallar un poco las emociones y racionalizarlo un poco.
Y tracé una especie de plan:
1. Detectar qué es lo «esencial» que hay que hacer día a día.
En este estadio, para mí se trataba de sobrevivir sin quemarme más. Es sumamente importante, especialmente cuando no puedes permitirte irte a las Bahamas a tumbarte bajo un cocotero.
Traté de definir qué cosas podía delegar, cuales podía soltar temporalmente —a veces nos empeñamos en que algo tiene que pasar «ya» y la mayoría de veces no es verdad— y me centré en hacer lo que tenía que hacer lo mejor posible.
Eso me llevó a volver a diseñar con la técnica de Pomodoro, reducir reuniones lo máximo posible y no meterme en más berenjenales de la cuenta.
2. Reduce la actividad
Con este punto no me refiero solo a la actividad laboral, sino a todos mis extras: escribir, uiFromMars, hacer crecer el proyecto, planificar, hacer difusión en redes sociales, participar en eventos y charlas…
¡Diablos! si escribir este párrafo ya me ha acelerado…
Durante las últimas semanas he tratado de reducir todo esto que te decía en el párrafo anterior al mínimo y, ¿sabes qué? No ha pasado nada con uiFromMars. Al revés, ha crecido.
En el entorno laboral esto aplica a hacer las horas necesarias. Nada de «para lo que me queda, trabajo un rato más». De 9 a 18h, punto pelota.
Y otra cosa, sal de las redes sociales. En realidad no te pierdes nada y estando allí solo te estás llenando la cabeza de inputs que no necesitas y de las agendas de l@s demás.
3. Reduce el estrés, especialmente el emocional
Cuando las sensaciones que te he comentado antes están presentes es muy fácil que cualquier evento tonto desencadene una avalancha de emociones. Los puntos 1 y 2 que te he comentado antes son precisamente para reducir estos impactos.
Mi nivel de sensibilidad era tan absurdo que no te quiero ni contar el mega-drama que fue que se me rompiera la tostadora. Sí, la tostadora.
4. Busca una afición
En casa tengo libros que esperan ser leídos, la Nintendo Switch, dos guitarras, un cubo de Rubik, el armario que pide a gritos que lo ordene… pero nada de ello me permitía desconectar por completo: estaba siendo demasiado consciente de que me estaba intentando distraer de forma forzada.
Lo que sentía era como si me estuviera obligando a jugar o a leer «para no estar trabajando». Y me generaba más ansiedad. Maravilloso.
Total, que me compré un teclado. No de ordenador, un piano.
Y como por arte de magia, di con la tecla —nunca mejor dicho—. Siempre había querido aprender música y el piano requiere tal capacidad de concentración y está tan alejado de mi día a día, que me desconecta de todo.
Cuando lo monté, mi lado del cerebro obsesionado con la productividad y el «hacer cosas» me planteó hacer un blog y así ir escribiendo mi progreso, porque mira, ya que aprendo, monto un (otro) proyecto.
Hacer eso hubiera sido un error garrafal, porque de nuevo estaría convirtiendo a proyecto algo que justo debe permitirme desconectar.
5. Me-di-ta
En alguna ocasión ya he mencionado que Headspace me ha salvado la vida varias veces… y esta ocasión no ha sido una excepción.
Esta aplicación tiene meditaciones guiadas y libres, organizadas en diferentes temáticas y duración. Lo más importante es establecer un horario y mantenerlo cada día. Aunque sean 5 minutos.
Si quieres probarla, te dejo el enlace aquí (no es un enlace de afiliados, te la recomiendo porque a mí me ha ido genial).
6. Si es necesario (y puedes), recurre a terapia
Sigue existiendo cierto estigma alrededor de ir a terapia, sea de forma puntual o recurrente, de modo que me veo un poco en la obligación de decirlo: si tienes la oportunidad, ve. Hay muchas cosas que no podemos arreglar por nosotr@ mism@s y necesitas ayuda externa, como he dicho alguna vez, no te hace menos. Al revés, te hace más human@.
No somos máquinas, aunque lo sacrifiquemos todo por la productividad (o auto-explotación, que diría Byung-Chul Han).
Todo mejorará poco a poco
Si estás pleno «burn-out» permítete ser egoísta, porque tu único foco debe ser recargarte, volver a tu centro y resetear tu cuerpo y tu mente.
Piensa en ti como si fueras el ordenador o el móvil que tienes ahora en las manos. Te encargas de tenerlo siempre actualizado, te preocupas cuando no funciona bien, lo cargas cuando no tiene batería, le compras fundas para que no se rompa ni se arañe… pero, y aquí viene la pregunta importante, ¿lo haces también contigo?