El poder de saber parar y pedir ayuda
Esto que leerás a continuación proviene directamente de esta última semana, pero también es algo que me ha ido sucediendo a lo largo de los años.
Y quiero compartirlo porque es una dinámica constante en el sector y de lo que se habla bastante poco.
Desde siempre he sido de ponerme más presión de la cuenta para obtener los mejores resultados. De ir metiéndome en un berenjenal detrás de otro y de ir cargándomelo todo a la espalda.
Pero esto es lo peor que puedes hacer.
Para. No pasa nada.
Existe una especie de cultura que no sé muy bien de dónde sale. No sé si proviene de la cultura americana y de la imagen del emprendedor que se pasa días sin dormir para sacar su gran producto y lograr así un gran éxito, o del miedo a fracasar.
O una mezcla de ambos.
Y aquí además haya que añadirle el toque del síndrome del impostor.
Esta semana en particular ha sido absurdamente complicada, hasta el punto de trabajar más horas de las necesarias e irme cargando de responsabilidades que, si bien tenían sentido, no me correspondían 100% a mi.
No sé todavía cómo, había llegado al punto de llegar a casa diciendo: no puedo más. Y encima sin tener ninguna herramienta o idea de por donde continuar.
Simplemente tenía en mi mente un: no puedo más.
Y no ha sido hasta que no he llegado a este nivel de saturación que no me he dado cuenta de algo: tengo en todo momento el poder de parar.
En la vorágine del día a día me daba la impresión de que tenía que poder con todo, saltando de reunión en reunión y de mensaje a mensaje. Sin siquiera cuestionarme si estaba haciendo lo que debía.
Sí “sentía” que hacía lo que tenía que hacer, pero no me había tomado el tiempo de parar en serio. Solo me he parado al llegar al “no puedo más” y al consiguiente ataque llorera.
Así que sí. Sé consciente de que estés donde estés, siempre tienes el poder de parar y reflexionar con calma.
De reflexionar si eso es lo mejor que puedes hacer en este momento y lo estás haciendo de la forma adecuada.
La inercia es muy mala y en situaciones de estrés y nervios (en mi caso, más autogenerados que otra cosa) cuesta mucho pararse a pensar.
Pero es la única manera de no estallar nivel épico. Y piensa que rindes mucho más con calma, serenidad y siendo consciente de qué haces en cada momento y por qué.
No rindes tan bien yendo a toda velocidad, porque no pones tu atención allí. El foco está en “lo siguiente”, no en “lo actual”.
Pide ayuda. Te hace más fuerte.
Hace unos años me costaba muchísimo pedir ayuda, sobretodo porque lo asociaba a debilidad. A que pensarían que no sabía hacer bien mi trabajo o que no sabía gestionar determinadas situaciones.
Pero esto es falso.
De verdad. Relee de nuevo el párrafo de arriba y métete esto en la cabeza:
Pedir ayuda es un superpoder. Es ser fuerte y humilde y sobre todo, es una batalla ganada al ego y al orgullo.
Porque son estos dos últimos los que nos meten (casi) siempre en líos.
Si te pasa como a mi, es posible que a veces pienses que no está bien molestar al resto con tu problema. O temes al rechazo. O simplemente quieres mantener la imagen de perfección y de “yo puedo con todo”.
Las respuestas de los demás no podrás controlarlas jamás, así que sólo puedes ocuparte de hacerlo en el momento adecuado y a la persona que más te puede ayudar en ese momento.
Pero hazlo. Te acerca a los demás y te conecta a quien te rodea. No asumas que puedes con todo, porque en el fondo sabes que no es verdad.
Pedir ayuda es lo que me ha dado alas esta semana para poder acabarla escribiendo este artículo que estás leyendo: no tenía previsto escribir nada porque estaba encallada en el “no puedo más”.
Darme cuenta de que podía parar y pedir ayuda ha sido lo que más me ha liberado y me ha permitido respirar.
Qué lástima que estamos viviendo en una sociedad que parece que premia la individualidad y que toma como ejemplo historias que probablemente ni siquiera son reales.
Te pediría que le dieras vueltas a esto que acabas de leer. Solo me gustaría que no olvides que el poder lo tienes tú en todo momento y que parar y pedir ayuda no te hace menos válid@, poco profesional o lo que sea que asocies a ello.
Al contrario, te hace más human@.